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Escritor Argentino

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Notas de Joe Turner

Escribir a mano

De nuestro viaje a Estambul traje, entre otras cosas, el resucitar de una vieja relación amor odio. Al ver las tughras en la Sublime Puerta y de Santa Sofía revivió el complejo por mi torpeza escribiendo a mano; y es una relación amor odio porque una de mis asignaturas pendientes desde la primaria ha sido la caligrafía. Siempre tuve notas bajísimas, pese a los innumerables cuadernos y ejercicios extras que hacía en casa como deberes adicionales. Supongo que ser pésimo dibujante tiene mucho que ver con mi caligrafía -figurativo ya que no técnico, este es un dibujo cartesiano que va con escuadras, reglas y compases, con ese me doy bien porque tengo cierta destreza manual-. Pero, en cambio, desde la primaria, cuando mi letra fue malparida, permanezco fiel a la escritura con tinta, práctica que mantengo hasta hoy, al igual que el uso de papel secante -cada vez más difícil de conseguir y al que atesoro, como otros valijas con dólares o euros-. Nunca me di con los bolígrafos. En los primeros años de secundaria me habitué a subrayar con lápiz y no he dejado de hacerlo hasta hoy; no todos me entienden cuando saco este tema, pero no puedo leer nada sin tener un lápiz en mano; puedo hacerlo sin anteojos, no sin lápiz. Todos los domingos, el primer ceremonial del desayuno es leer la columna de Vicent Vives en "El País", es difícil que termine el último renglón sin antes descubrir -y subrayar- un par de palabras o expresiones que ignoro.

Por aquellas eras en que el Señor separó la luz de las tinieblas, cuando cursé primer y segundo año de mi -fallido- intento por devenir ingeniero resulté un excelente alumno en la materia Dibujo Técnico, mi prolijidad me colocó como el mejor alumno... me reprobaron las dos primeras láminas por la letra. En una negociación digna del viejo proverbio Creole de Louisiana Tout ça c'est commerce Man Lison -que alude a quien compra algo por el valor de dos, lo vende por el de uno y pierde dinero- hice un trato, si no comercial de canje. Y ese trato fue mi negocio de Man Lison, porque arreglé con mi compañero del cuarto de la pensión, condiscípulo de la secundaria y, además, poseedor de una letra bellísima; él me haría todas las anotaciones, títulos y números de mis planos -no le llevaba más media hora-, a trueque yo me encargaría de la parte más difícil de los planos, sus cortes y secciones: el calcado de los mismos en tinta china sobre una hoja de papel manteca -trabajo de dos o tres horas.

Definido mi cambio vocacional, de vuelta a Mendoza y ya inscripto en la carrera de literatura, traje de mis años de ingeniería el amor por los portaminas, que desterraron definitivamente a los lápices. Con el tiempo mi letra se ha vuelto más legible y armónica y es una de las pocas cosas que me reconforta de volverme viejo, porque también mi caligrafía sigue cambiando. Mi: b, d y e minúsculas han evolucionado en el trazo y hace mucho que alterno -al azar y a veces en una palabra- letras de imprenta con manuscritas. Además escribo en hojas lisas y derecho, que no preciso de líneas torcidas. En los dos últimos años he modificado otro hábito, cuando no escribo en mi escritorio o viajo cambio mis estilográficas por los isographs de Rotring, por una razón muy sencilla, la tinta de los isographs resiste al agua y a los líquidos. Es increíble ver como un dry martini derramado sobre mi diario en la mesa del comedor, un cuarto de hotel o por una sacudida por turbulencias -me encanta escribir en viajes largos en avión- transforma varias páginas en una mancha multicolor. Porque además utilizo cinco colores de tinta: azul, negro, verde, rojo y sepia. La tinta sepia no se consigue fácilmente, aprendí a fabricar -aquellos cada vez más distantes años de ingeniería química dejaron sus enseñanzas cuando se trata de artes permixtionum: coctails o tintas, tanto da.

Pero además, como los libros en papel, la vieja y peluda escritura a mano se resiste a desaparecer. En artículos recientes de un par de suplementos culturales y de portales de noticias, como la BBC o de la Deustche Welle he leído que escribir a mano ayuda a mantener el cerebro activo y la motricidad fina; por eso es recomendable inculcar el hábito a los niños. Ahora, hacerlo con tinta tiene su lado espinoso: dedos manchados a la hora de limpiar las estilográficas o por un derrame inesperado, que aflora no más quitar el capuchón para escribir, por no hablar de manchas en camisas. También los años de fallida ingeniería están vigentes, con detergente concentrado y agua hirviendo, salen casi siempre; ya no es tan fácil con una chaqueta de tweed o un  pantalón de cheviot.

Nunca aprendí a dibujar, pero me interesó -y me interesa cada vez más- la relación entre palabra escrita e imagen, ambas hermanadas por la descripción de la cual Homero nos sigue iluminando cuando nos habla del escudo de Aquiles -y Virgilio otro tanto con el escudo de Eneas-. Este parentesco de la palabra y la representación visual tiene su divisa en la frase de Horacio Ut pictŭra poĕsis -La poesía es como la pintura-, concepto tan preciso que los griegos la llamaron mímesis; su retórica, écfrasis y el DRAE, hipotiposis. Y porque nunca aprendí a dibujar me quedé hechizado con las tughras de la Sublime Puerta y de Santa Sofía. Ahora sí puedo hablar del motivo de este hechizo, la tughra era la firma ceremonial de los sultanes, algo semejante a lo que nosotros llamamos "monogramas reales", pero con mayor riqueza estética y simbólica, y que aparecía en los documentos oficiales, los frontispicios interiores de los edificios y también en sus estandartes. Y en su composición -en el más puro sentido plástico, como quien habla de "regla áurea"- las tughras contenían, de acuerdo a un esquema ya establecido, nombre, filiación y divisa del sultán; ellas, para los letrados, hablan, como Homero nos cuenta del escudo de Aquiles. En la Sublime Puerta del imperio, los calígrafos eran personajes tan importantes como respetados; no habría sido mi caso.

Nunca aprendí a dibujar, pero he devenido aceptable fotógrafo e instrumentador de photoshop, y por eso traigo a mención la cita del prólogo de un libro, que encontré en un negocio de usados en Rhode Island: A primer on visual literacy, que desarrolla un método de "alfabetización visual". La cita que me interesa es una frase del fotógrafo Moholy-Nagy, uno de los teóricos de la Bauhaus: "the illiterate of the future will be ignorant of the pen and the camera alike" -los iletrados del futuro ignorarán tanto el uso de la pluma como el de la cámara-. Pero antes de la cámara fue el dibujo. Y en este pasado febrero de 2016, en Estambul, al principio era la tughra.